"Crea en mí, oh Dios,
un corazón limpio,y
renueva un espíritu recto
dentro de mí.
No me eches
de delante de ti,
y no quites de mí tu Santo Espíritu."
Salmo 51: 10 - 11
El bello salmo 51 es una oración de súplica con un gran precedente histórico. Se refiere a la experiencia del rey David cuando se enamoró de Betsabé, la esposa de uno de sus guerreros llamado Urías.
Betsabé queda embarazada de David. Al saberlo el monarca decide enviar al oficial al frente de un campo de batalla con la instrucción de que lo dejaran completamente solo en ese lugar y fuera atacado de muerte por el enemigo amonita, según aparece registrado en el Antiguo Testamento. Posterior al duelo llevó a su casa a la mujer encinta.
Reflexión del profeta Natán por algo reprochable ante Jehová
Natán el profeta fue un importantísimo hombre en la vida del rey David. El fue quien lo ungió como rey, le dio tanto la casa de Israel como la de Judá entregándole todo lo existente en su reino.
El sabio desde una honda reflexión cuestionó lo acontecido a Urías; siendo él un importante gobernante que lo tenía todo incluso a todas las mujeres existentes en su reino iba a pretender ser feliz junto a la esposa de otro, arrebatándole por eso su propia vida. No debemos permitirnos codiciar aquello que pertenece a otro. Natán fue un gran profeta, muy humano y correcto, férreo disciplinador del pueblo de Jehová.
Lleno de culpabilidad suplicando el perdón de Dios
Desde el comienzo, el salmista con toda humildad ruega al Dios de todo consuelo que le perdone su falta. El admite que ha transgredido sus principios pagando su grave error con un profundo pesar: "Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí. Contra ti, contra ti solo he pecado y hecho lo malo delante de tus ojos..." (Salmo 51: 4).
Su angustioso requerimiento de piedad, de indulgencia, de purificación se expresa también anhelando un nuevo estado de dicha a Quien convierte nuestro momento más sombrío en el más claro amanecer: "Purifícame con hisopo y seré limpio; lávame, y seré más blanco que la nieve. Hazme oír gozo y alegría, y se recrearán los huesos que has abatido" (Salmo 51: 7 - 8).
Verdaderamente es nuestro Redentor el único que nos puede consolar por haber cometido grandes fallas las cuales marcaron nuestra existencia y la del prójimo, haciéndonos percibir sus emanaciones de paz, alivio, consolación, cese definitivo del dolor desde la retoma de la rectitud espiritual: "Vuélveme el gozo de tu salvación, y espíritu noble me sustente" (Salmo 51: 12).
Duinka Leal
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