"Suba mi oración
delante de ti como incienso,
el don de mis manos
como la ofrenda de la tarde."
Salmo 141: 2
Debemos hacer actos de súplica cuando deseamos ser atendidos pronto por el Señor. De rodillas en físico o en espíritu le rogamos su atención misericordiosa: "Por tanto a ti, oh Dios el Señor, miran mis ojos, en ti he confiado, no desampares mi alma" (Salmo 141: 8).
El cambio de dirección de nuestra mirada espiritual concentrada en nuestros problemas, dificultades o situaciones críticas que nos embargan hacia el único ser que verdaderamente nos puede amparar constituye la mejor actitud que podemos asumir. Jehová es nuestro amigo, nuestra mayor confianza; su profundo amor conlleva a la superación de nuestros temores e incertidumbres. El escucha la oración de sus fieles y sabe mejor que nadie qué es lo más adecuado para nosotros. Con él nunca estamos solos.
Al modo del salmista, podemos suplicarle por nuestras necesidades internas y externas también. En este salmo el orante demanda la protección del Altísimo para realizar correctos actos del habla, para preservar las benignas intenciones del corazón, para actuar en consonancia con los preceptos sagrados, para aceptar con agrado la sabia corrección o para no desear recibir ningún beneficio que proceda de comportamientos cargados de perversidad; todos aspectos eminentemente intrínsecos al ser humano.
No obstante, igualmente clama ser protegido de los adversarios personales a fin de que prevalezca la justicia antes de ver triunfar los obstáculos que nos quieran colocar en contra nuestra, aspectos relativos a experiencias que forman parte de la vida exterior.
Para terminar, roguemos a Dios que nuestras súplicas lleguen hasta el cielo y retornen a nosotros con Su bendita respuesta siempre esperada, siempre gloriosa, siempre piadosa, siempre de amor.
Duinka Leal

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